Despierto a mitad de la noche, asustado... tuve un mal sueño, lo olvido inmediatamente, pero intento recordarlo, cierro los ojos, intento buscar las explicaciones... una gota surca mi frente, cae en la almohada, abro los ojos cuando oigo el sordo ruido del algodón absorbiendo esa pequeña porción de humedad que mi cuerpo ha regalado. Abro más los ojos. La luna entra por la ventana y baña el dormitorio con una tenua luz grisácea que borra todos los colores y los vuelve tranquilamente iguales... Mi respiración se hace más lenta, comienzo a sentir todos los aromas de la pieza... las fotos enormes en la pared, hermosas fotos... el velador grande de un gris claro, el ropero de un gris caoba, la puerta del baño de un gris blanquecino... grises todos...
Me volteo despacio sobre mi espalda, quedo mirando el techo liso. Siempre esta obsesión por la belleza de los techos... Quedo absorto por las marcas en él: un insecto aplastado ahí, una huella de un pelotazo allá, la aureola que delata donde estuvo la vieja lámpara colgada... el blanco de las sábanas se parece al blanco del techo, ninguno de ellos es realmente blanco... sólo el mismo tono de crema.
Suspiro... mi mente... ya con 30 y tantos... en mi propia casa... tantos inviernos... tantos recuerdos... espontáneamente lloro, porque es como si en otra vida hubiese vivido demasiado intensamente (reído intensamente, amado intensamente, sufrido intensamente, extrañado intensamente) y siempre es fácil dejar ir el sentimiento, que llene la pieza en un arrebato de libertad y que inunde mi alma por una estación corta de lluvias y luego que el suelo lo absorba todo de nuevo... las lágrimas nunca queman, no son de sufrimiento... son un manifiesto de liberación, de aceptación... lágrimas históricas si lo prefieren... 30 y tantos... casa propia... lindas fotos... de mi propia familia.
Mi cuerpo descansa bajo las sábanas pero siento el calor evaporándose donde la piel yace desnuda frente al aire que circula sobre nosotros... Nosotros... sí, oigo tus suaves ronquidos de mujer... suaves y rítmicos... 30 y tantos... qué feliz me has hecho -quisiera decirte, ahora, despertarte y decirte y ver cómo vuelves a dormirte como si nada hubiese pasado, nada extraordinario... qué feliz es este recuerdo... de despertar y llorar tranquilamente mientras tu respirar es lo único que puedo oír.
Giras un poco, como siempre, agitada en sueños... qué lástima que pocas veces recuerdes los tuyos... los míos son siempre intensos, siempre vívidos... como si el dormir fuese otra parte de mi existencia... donde descanso a medias... porque no puedo olvidar.
Lentamente, tu aroma entra en mis narices... y es como el aluvión que ataca mis sensaciones... inmediatamente tu hechizo se revive, mis pensamientos fluyen rápidamente hacia nuestros primeros encuentros, los más extraños... la primera vez que hablaste y me contaste mil cosas... y yo sonreía, como sonríen los estúpidos felices que no pueden evitar que confíen en ellos... de esos que parecen aceptar algo que no entienden, algo que jamás verán en el otro...
La primera vez que te miré con otros ojos. En que realmente, sin poder evitarlo, te transformaste en el corazón grande en el cual deseaba yo dejar una gran cicatriz... hermosamente fuerte y plena... de esos corazones que pocos pueden valorar o descubrir, excepto si se vive de los sueños comestibles, de las esperanzas bebestibles... de los recuerdos que atesoramos... de las realidades que queremos crear. O si tú deseaste que yo te viese con mis ojos tristes...
La primera vez que una sonrisa tuya casi me obliga a darte un beso. Y todos los esfuerzos que hice para refrenarlo. Todas esas veces en que me coqueteabas porque te sentías con derecho... a salvo... en la amistad y tu estoica posición sobre la naturaleza de los hombres...
Quizás... un día, despiertes de tu propio sueño y llores como yo, al entender que este ensueño es de las pocas cosas que no se repiten. Sentirte desnudo frente al otro, y sentir la aceptación del otro en una mirada tierna, como un abrazo que sostiene mil momentos tristes y los acepta en su seno y entrega la calidez que no hallarás en otros brazos.
Esa misma calidez que está retratada en cada foto, en cada respirar de tu dormir agitado. Si sólo vieras... vieras... lo que soy... vieras lo tranquila y llana que es la tristeza de mis ojos... como si estuviese cubierta por una gruesa manta de felicidad que es a veces tu presencia, a veces tu solo recuerdo. Y todo lo demás que soy... gracias a estos momentos... en que tu aroma me da paz y me cierra los ojos... me hacen sentir que los días no pasan en vano, que cada uno nuevo que pasa es otra oportunidad de amarte... como si no te hubiese visto en cien años... como si te hubiese extrañado y... como si hubiese dolido haber vivido sin ti.
Me volteo despacio sobre mi espalda, quedo mirando el techo liso. Siempre esta obsesión por la belleza de los techos... Quedo absorto por las marcas en él: un insecto aplastado ahí, una huella de un pelotazo allá, la aureola que delata donde estuvo la vieja lámpara colgada... el blanco de las sábanas se parece al blanco del techo, ninguno de ellos es realmente blanco... sólo el mismo tono de crema.
Suspiro... mi mente... ya con 30 y tantos... en mi propia casa... tantos inviernos... tantos recuerdos... espontáneamente lloro, porque es como si en otra vida hubiese vivido demasiado intensamente (reído intensamente, amado intensamente, sufrido intensamente, extrañado intensamente) y siempre es fácil dejar ir el sentimiento, que llene la pieza en un arrebato de libertad y que inunde mi alma por una estación corta de lluvias y luego que el suelo lo absorba todo de nuevo... las lágrimas nunca queman, no son de sufrimiento... son un manifiesto de liberación, de aceptación... lágrimas históricas si lo prefieren... 30 y tantos... casa propia... lindas fotos... de mi propia familia.
Mi cuerpo descansa bajo las sábanas pero siento el calor evaporándose donde la piel yace desnuda frente al aire que circula sobre nosotros... Nosotros... sí, oigo tus suaves ronquidos de mujer... suaves y rítmicos... 30 y tantos... qué feliz me has hecho -quisiera decirte, ahora, despertarte y decirte y ver cómo vuelves a dormirte como si nada hubiese pasado, nada extraordinario... qué feliz es este recuerdo... de despertar y llorar tranquilamente mientras tu respirar es lo único que puedo oír.
Giras un poco, como siempre, agitada en sueños... qué lástima que pocas veces recuerdes los tuyos... los míos son siempre intensos, siempre vívidos... como si el dormir fuese otra parte de mi existencia... donde descanso a medias... porque no puedo olvidar.
Lentamente, tu aroma entra en mis narices... y es como el aluvión que ataca mis sensaciones... inmediatamente tu hechizo se revive, mis pensamientos fluyen rápidamente hacia nuestros primeros encuentros, los más extraños... la primera vez que hablaste y me contaste mil cosas... y yo sonreía, como sonríen los estúpidos felices que no pueden evitar que confíen en ellos... de esos que parecen aceptar algo que no entienden, algo que jamás verán en el otro...
La primera vez que te miré con otros ojos. En que realmente, sin poder evitarlo, te transformaste en el corazón grande en el cual deseaba yo dejar una gran cicatriz... hermosamente fuerte y plena... de esos corazones que pocos pueden valorar o descubrir, excepto si se vive de los sueños comestibles, de las esperanzas bebestibles... de los recuerdos que atesoramos... de las realidades que queremos crear. O si tú deseaste que yo te viese con mis ojos tristes...
La primera vez que una sonrisa tuya casi me obliga a darte un beso. Y todos los esfuerzos que hice para refrenarlo. Todas esas veces en que me coqueteabas porque te sentías con derecho... a salvo... en la amistad y tu estoica posición sobre la naturaleza de los hombres...
Quizás... un día, despiertes de tu propio sueño y llores como yo, al entender que este ensueño es de las pocas cosas que no se repiten. Sentirte desnudo frente al otro, y sentir la aceptación del otro en una mirada tierna, como un abrazo que sostiene mil momentos tristes y los acepta en su seno y entrega la calidez que no hallarás en otros brazos.
Esa misma calidez que está retratada en cada foto, en cada respirar de tu dormir agitado. Si sólo vieras... vieras... lo que soy... vieras lo tranquila y llana que es la tristeza de mis ojos... como si estuviese cubierta por una gruesa manta de felicidad que es a veces tu presencia, a veces tu solo recuerdo. Y todo lo demás que soy... gracias a estos momentos... en que tu aroma me da paz y me cierra los ojos... me hacen sentir que los días no pasan en vano, que cada uno nuevo que pasa es otra oportunidad de amarte... como si no te hubiese visto en cien años... como si te hubiese extrañado y... como si hubiese dolido haber vivido sin ti.
- Extracto de otra vida...
1 comentario:
hola cuervoman,siempre inspiradoras tus fotos como tu escritura, sobre alana se que para ti es m�s que una mujer bonita, ,lei de todos tus di�s y sobre tu sue�o con Paz y llehgaron memoranzas espero lo mejor.Bueno naufrago no te envio la pelota porque se que tienes con quien conversar y te pido que envies tu direccion de la isla bonita. quiero inviarte sobre lo que ven mis ojos aca , fuerza sobrino
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