–Ya sabes que no debieras estar aquí. ¿Por qué has venido? – me dijeron las voces al unísono como si fuese el canto de un coro sublime, exigente pero a la vez comprensivo.
–Yo… –articulé no con poco asombro de encontrarme en tal lugar, pero una vez superada la primera impresión cambié el tono. Usé uno que aunque suave, demandaba un trato entre iguales– necesitaba venir. Necesitaba comprender. Necesitaba… –suspiré, abandonando todo tono que no fuera el de mi cansancio eterno, de mi pena inconmesurable, de la melancolía que en palabras bailaba a mi alrededor– tantas cosas… Sabes lo difícil que ha sido, ¿no?
–Por supuesto que lo sé –respondió la voz de mil voces, ahora más reconfortante y cálida. Continuó– . Me has estado buscando incansablemente. Has dado mucho por llegar hasta aquí. Pero no puedes quedarte. Debes volver.
–Entiendo. Pero quería ver esto. Ahora sé a qué he renunciado. Me dará fuerzas para continuar y terminar mi viaje. Mi vida.
–¿Piensas no volver, entonces? –ahora la voz parecía sorprendida pero alegre a la vez.
–No. Ya lo sabes, que lo vengo a entender ahora pero que siempre lo he sabido y por ello he actuado así hasta ahora sin meditarlo. No puedo volver al mismo lugar, no puedo vivir en un lugar que ya he visitado, mi antigua presencia me es como un veneno. Me desintegra y me disminuye.
–¿Qué piensas hacer? –demandó la voz.
–Es extraño que me preguntes esto. Pero confirma lo que también he venido sospechando hace tiempo. Somos tan misteriosos para ti como tú lo eres para nosotros. No podemos comprendernos completamente. Pero al menos creo que al responderte, me responderé también a mí mismo. Volveré y transformaré el mundo a mi alrededor. Seguiré sin volver atrás porque simplemente no debo volver. Si vuelvo acá, será porque me he dado por vencido. Me habré conformado con esta pequeña versión del Cielo. Prefiero seguir buscando lo imposible, pues soy fiel a ese propósito. Mi historia me lo dice. Yo soy un perdido, un vagabundo de espíritu, no hallaré paz entre aquellos que se parecen a mí. Jamás. Todo se suspende en una ilusión que me traerá de nuevo a este Cielo. Es esa ilusión la que quiero transformar en otra cosa. El Cielo que busco no está fuera de mí, ¿entiendes? –continué, porque no había formulado una pregunta, simplemente estaba hablándole a mi creciente pena– Lo que busco lo encontraré dentro de mí. No aceptaré menos. No aceptaré esta exteriorización de mis divagantes deseos de aceptación. Aquí no hallaré la paz que busco.
Hubo un corto silencio. Apenas un instante pareció, pero ya las tonalidades de la luz habían cambiado infinitas veces, como lo hacen las sombras en las nubes que siempre están en movimiento.
–Entonces ya sabes en tu corazón que puede que lo encuentres y puede que no. Esperaba verte cuando tuvieses más edad. Obviamente, has cambiado tu rumbo de tal modo que ese futuro se ha desvanecido. Pero antes de irte debo preguntarte: si esto es una ilusión de Cielo para ti, que se aparece en tus arrebatos literarios o en tus sueños… ¿cómo puedes estar seguro de que esto ya no lo posees en tu interior, y que tu búsqueda tiene un Norte verdadero? Así como yo lo veo puede que lo hayas encontrado mil y una veces, y siempre lo has dejado atrás.
–Lo sabré porque cuando llegue hasta ahí, ya no estaré rodeado de estas melancólicas palabras tuyas, mi felicidad será suficiente por instantes cortos pero uno tras otro. Mi existencia ya no será esta, un diálogo… No habrá palabras… sino que habrá un suave silencio que no vendrá de mí. En ese silencio me desvaneceré, y habré cesado por fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario