martes, junio 14, 2011

Tuve un sueño (Primera Parte)

Una tarde, bajo el cielo abierto salpicado de nubes gruesas blancas, dos hombres se encontraban recostados sobre la hierba de un parque. El Sol del mediodía acariciaba sus desnudas nucas con la suave languidez de un amante satisfecho, mientras uno de los hombres estaba absorto observando las minúsculas hojas de hierba que parecían estirarse hacia el firmamento en una danza multitudinaria. El viento marca los tiempos, pensaba, cuando el otro hombre le preguntó, entrecerrando los ojos para no encandilarse con la luz.

- ¿Cómo dijo que era su nombre?

- Mark, respondió. Pero la respuesta rápidamente se diluyó en el suave tarareo que parecía surgir por debajo de los hombres, del Sol, del cielo azul y el vasto verdor que cubría la tierra. Durante el verano la vida del parque cobraba una fuerza y una exhuberancia que compelía a Mark a salir de su hogar, especialmente si se negaba a oir la invitación inicial que lo llamaba en sueños, reclamando su presencia al comenzar la primavera. La tierra tapizada de hierba siempre lo acunaba como una madre que hace dormir a su niño. Mark lentamente se volvió hacia el otro hombre, gruñendo en su interior por la falta de privacidad. El hombre había dicho algo sin que él le prestase mucha atención.

- ¿Qué dice? No le oí al comienzo.

El hombre lo miró con cierto desconcierto herido, pero al darse cuenta de lo profuso de los sueños que Mark albergaba en sus ojos, pronto su desconcierto se desvaneció y una sonrisa de comprensión tapizó su rostro.

- Le decía que vine para verificar los rumores.

- ¿Cuáles rumores?

- Los veteranos del centro de ancianos tienen miedo de venir al parque -le dijo el hombre, con aire de investigador privado. Haciendo de su voz un murmullo casi inaudible declaró: Los encargados del centro me han dicho que los viejos oyen voces en el parque.

- A los niños parece no molestarles -le respondió Mark. El hombre levantó una ceja y soltó una carcajada muda tras hacer la mueca de sus labios. Mark inmediatamente se dió cuenta de su error. Escasos niños vivían en el vecindario y la mayoría de ellos raramente salía de sus casas. Jugar, al parecer, ya no requería correr al aire libre ni subirse a los árboles.

- Una anciana me contó que no vendría hasta que usted no hubiese aplacado a las voces. En su opinión... espere, le leeré lo que me dijo -el hombre sacó una arrugada libreta de papel y tras hojear las páginas llenas de notas, citó-. "Todos los años es lo mismo. No puedo ir hasta que ese joven no haya visitado el lugar".

Esto sorprendió a Mark. Giró la cabeza hasta que el edificio del centro de ancianos apareció, a lo lejos, en su campo de visión. Estaba al otro lado del canal que separaba al parque de la ciudad. Mark atravesaba en sus visitas el mismo puente que los ancianos utilizarían después, en su camino al parque. Cerrando los ojos, Mark se obligó a recordar si había alguna vez entrado al parque y observado que no era el primero en llegar, cualquiera fuese la hora. Abriéndolos, miró al hombre y dijo:

- En invierno.

- ¿Sí? - dijo el hombre de súbito, atento, como si Mark estaba por confirmar algo de suma importancia. Pacientemente, no obstante, esperó a que Mark organizara sus pensamientos en silencio.

- En invierno, cuando miro hacia acá desde mi piso, veo a la gente caminar por el parque. Adultos y viejos, por igual, recorren el lugar -dijo Mark, y prosiguió-. Verá, nunca vengo en invierno. Me deprimo. Es como si el parque estuviese completamente muerto... En verano es distinto. Muchas veces debo resistir el impulso de venir antes. Siempre termino por venir por supuesto. Me agrada volver.

Al final de su relato, Mark estaba sonriendo maliciosamente y sus brazos se habían abierto. Con sus dedos sumergidos en la hierba, Mark parecía abrazar la tierra y el parque parecía recibirlo como a un hijo perdido. El hombre abrumado por la sorpresa, tuvo una revelación cuando de pronto creyó oír un suspiro en el viento. Un canturreo denso que ocupaba el espacio inmenso entre el cielo y el suelo, conteniéndolo y sosteniéndolo como una cuerda tensa que está pronta a romperse en dos. Con cierto pavor, el hombre imaginó que su mente se ahogaría en la inmensidad de ese suave murmullo. O que el contenido de su mente se desparramarían irreversiblemente sin forma, si la cuerda de pronto se cortase, como el contenido de un huevo de gallina al romperse la cáscara. O peor, que su cuerpo sería instantáneamente lanzado al espacio si no dejase tranquilo al hombre que ahora, acostado a su lado, había cerrado los ojos en su abrazo y parecía oír una melodía distinta a la que oía él. Ninguna de estas vivas imágenes en su cabeza le ayudó a juntar el coraje para continuar su entrevista.

Cuando Mark abrió los ojos, supo que ya no estaba en el parque cerca del edificio donde vivía en uno de sus pisos, y desde donde había por tantos días y noches mirado al parque con un anhelo creciente que parecía amenazar con arrancar su alma de su cuerpo sino regresaba pronto a él. En lugar de los edificios y los sonidos de la ciudad, frente a Mark se extendía pradera verde cuyos límites se perdían de vista en todas las direcciones del horizonte.

(... continuará)