Aquí sentado, sintiendo el peso de mis piernas sobre mis pies helados en contacto con la arena que se desliza bajo mi cuerpo en una corriente que nos lleva lejos de toda tierra conocida, miro tu rostro que parece no conocer los límites de la extrañeza. Donde la mirada parece perdida en recuerdos que anhelabas y que jamás lograste obtener, tus ojos te lanzan lejos hacia las estrellas y mis lágrimas se parecen al rocío que te cubre de una película de melancolía genuina, tan tuya como nunca será mía.
Eres razón y fuerza, de tanta carne caída a mi paso. Eres la fina filigrana que cubre a mis huesos, que mantiene empero a un corazón solo, triste y grande palpitando en el vacío de un pecho que nada desnudo sobre los relámpagos que caen sobre la tierra cuando tus ojos idos se posan en los míos. Y aunque eres fuerza y razón, mis huesos crujen bajo el peso del agua que no deja de caer desde el fondo de mi alma. Soy ese extraño que tanto vaga y vaga, queriendo sin querer que los relámpagos se puedan cabalgar hasta el firmamento donde quedaste como un péndulo inalcanzable y amargo.
No entiendo el color de tus ojos ni el dulce olor de tus cabellos. Tal cual como se mueven, se mueven mis pies descalzos mientras nado en mi desesperanza ciega que me llevará un día hasta tus cálidos y firmes brazos. Ahí encontraré la quietud de tus labios entreabiertos, la vida moviéndose desde tu boca a la mía, mi existencia atrapada en ese inexplicable color de tus cabellos que me atan aquí y ahora, quieto, observando el vacío que reflejan tus ojos tan solos como los míos.
Mientras convivas con las lejanas estrellas donde el ritmo de mi corazón no te alcanza, para darte vida otra vez, yo nadaré en la vacuidad del océano de silencio y de arena donde fue la última vez que tomaste mi mano, me miraste, y los relámpagos se fundieron con el rocío, lanzándote lejos, dejándonos tan solos como cuando lloramos por primera vez, invertidos y ensangrentados.
Eres razón y fuerza, de tanta carne caída a mi paso. Eres la fina filigrana que cubre a mis huesos, que mantiene empero a un corazón solo, triste y grande palpitando en el vacío de un pecho que nada desnudo sobre los relámpagos que caen sobre la tierra cuando tus ojos idos se posan en los míos. Y aunque eres fuerza y razón, mis huesos crujen bajo el peso del agua que no deja de caer desde el fondo de mi alma. Soy ese extraño que tanto vaga y vaga, queriendo sin querer que los relámpagos se puedan cabalgar hasta el firmamento donde quedaste como un péndulo inalcanzable y amargo.
No entiendo el color de tus ojos ni el dulce olor de tus cabellos. Tal cual como se mueven, se mueven mis pies descalzos mientras nado en mi desesperanza ciega que me llevará un día hasta tus cálidos y firmes brazos. Ahí encontraré la quietud de tus labios entreabiertos, la vida moviéndose desde tu boca a la mía, mi existencia atrapada en ese inexplicable color de tus cabellos que me atan aquí y ahora, quieto, observando el vacío que reflejan tus ojos tan solos como los míos.
Mientras convivas con las lejanas estrellas donde el ritmo de mi corazón no te alcanza, para darte vida otra vez, yo nadaré en la vacuidad del océano de silencio y de arena donde fue la última vez que tomaste mi mano, me miraste, y los relámpagos se fundieron con el rocío, lanzándote lejos, dejándonos tan solos como cuando lloramos por primera vez, invertidos y ensangrentados.
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