Llegué a
Flyer Bus, llegando a la ciudad de Wellington
Esperé el Flyer Bus por casi media hora para ahorrarme unos sucios dolares kiwis, o sea que le hice el mejor de mis desprecios a los choferes de los mini shuttles (transportes) que ofrecían el mismo viaje por $4.50 NZD más. Esto era un asunto de honor de viajero paupérrimo y acérrimo. Con mi mapa de
La pieza en Rosemere Backpackers (Hostal del Demonio)
Dejé mis cosas y salí a caminar y a buscar un almuerzo decente. Encontré finalmente mi placer culpable culinario en un restaurant de kebabs. Ordené uno de cordero y me lo devoré en cosa de minutos (con todos los ingredientes posibles, salsa de yogurt con ajo y salsa de tomate). Salí del restaurant con la idea de llegar a Te Papa, el Museo de NZ de
Estuve atrapado en Te Papa por unas 4 horas. Casi medio dormido, con sueño y un dolor de cabeza incipiente (de resfrío seguramente), terminé de ver la exposición egipcia de momias (no se permitía sacar las fotos, snif snif) y me devolví al hostal a abrigarme contra el viento marino que te puede voltear en un santiamén, si te pilla desbalanceado al doblar por una esquina y el incipiente resfrío.
En mi camino de regreso por las calles medio vacías de Wellington (era fin de semana santa de todos modos, además de ser una de las ciudades con menos brillo que he llegado a conocer) me encontré de lleno con una tienda gigante de libros usados, con algunos libros inclusive en español (uno de Konrad Lorenz, estuve a punto de comprárselo a Chinasky, pero después de echarle una buena y exhaustiva mirada, decidí que era pura basura). Saqué una foto
(Podría sepultarme en estos libros y no salir jamás a tomar el sol)
Una vez de regreso en el hostal, me puse encima mi chaleco y salí nuevamente a caminar por las calles desiertas de Welllington por un rato muy largo y tedioso. Decidí cambiar mi suerte y mi estado de desánimo (realmente era una realidad triste y gris) y al volver al hostal estaba muy convencido de que haría migas con otras personas
Conocí a Antonio, un italiano que fabrica muebles y que anda trabajando por un año en NZ (WORKING HOLIDAYS), buscando su identidad. También conocí a dos franceses (con quienes apenas conversé) y a dos argentinos, Martin (que me recordó un montón al Camilo Libedinsky de hace 10 años atrás) y Federico. Eché la talla con ellos un rato e inmediatamente después me dispuse a jugar ajedrez con Antonio. Jugamos tres partidos y me fui a tomar una ducha, ya eran más de las 22:30 y el dolor de cabeza no había retrocedido ni con Panadol. Una clara señal de que debía irme a acostar. Antonio me pateó el trasero (2 a 1).
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