OK, la primera semana está a punto de alcanzar sus últimos dos días, y ha pasado de todo.
Ayer pasé una mañana de mierda. Me había levantado como es norma a las 6 am y ya a las 7 am estaba weviando en la jaula de los pájaros, cortando ramas a sus alrededores para perchas recibiendo estoicamente una mordida tras otra de las salvajes hormigas liliputienses de fuego (que ha todo esto ahora gatillan en mí una reacción alérgica de puta madre) y demases, lo típico que cada alumno de doctorado hace en sus mañanas de Lunes, y en eso, me empezó una fiebre del orto. Naúseas, fatiga extrema. Me senté a esperar que el malestar se pasara.
No había casi ni comido desayuno aparte de un bol de cereales con leche. No podía ser estomacal. Como pude me levanté, alimenté a los cuervos a medida de que el día se interrumpía cada vez más seguido al cerrarse abruptamente mis ojos. Caminé hasta el auto. Lo prendí.
Manejé con extra cuidado. Iban a ser las 9 am. Nadie andaba por la carretera. Por suerte, porque casi me desmayo en el auto mientrras conducía. Pa'l chico. Llegué a la casa gracias a la intervención de las circunstancias que no siguen ningún diseño inteligente (¡creacionistas, bah!) y me estrellé literalmente contra el sofá. Puse un vaso de agua a mano y una palangana por si las invocaciones a Guajardo.
Nada. Todo negro. Recuerdo despertar algunas veces. Sentir el sudor y el sin sentido de la fiebre maricona en un clima tropical sin aire acondicionado. Dormí y dormí. Pensé varias veces en que Papá seguramente me hubiese arropado para aumentar la traspiración y así quemar la fiebre.
Desperté. Estaba aturdido. Miré el reloj, y reconocí las 13 horas. Solamente cuetro horas de sueño tumultoso. Me levanté y no quedaban vestigios de naúsea ni de fiebre.
Más tarde comentaría el episodio a dos personas distintas. Ambas pronunciaron la palabra dengue.
No lo creo. Ni aún en su versión más chasquilla el dengue me hubiese soltado tras 4 horas de sueño, y 6 horas de fiebre.
Otro misterio más del baúl de las cosas freaks que me han pasado en la isla. Recuerdo bien, haber terminado esa tarde machacando ramas para nuevas perchas. Como si nada me hubiese interrumpido en la mañana. Y no me volví a sentir mal.
Llegaron Alex y Robert a la isla.
Robert es primerizo, pero me encantó que dijese que no podía creer la belleza del lugar cuando la veía. Casi como en un ensueño.
Tomás me dijo que todos (nosotros, los hombres) tenemos una mujer dentro de nosotros. Y creo que su voz se ha hecho más clara y poderosa en los últimos días. Las turbulencias del pasado están lejos. El trabajo se podría volver más y más llevadero. Una promesa de karaoke por aquí, una invitación a cenar acá, todos a Shabadran el domingo ¡hey!, y otras también... más anónimas. Más cagativas podríamos decir.
No me quejo. Estoy mejor que nunca. Más compañia alrededor es siempre bueno para el alma de este autor.
Hoy debería haber aceptado la invitación a quedarme en su casa... los chicos me esperaban en casa, el encargado de las bebidas pa los copetes de bienvenida, debía pasar a comprarlos sin demora y recibir como se corresponde a Robert. Quise quedarme. De veras.
Y aún así, la decisión correcta de cumplir mi palabra con mis amigos me pareció detestablemente errónea. ¡Rayos... termina mi 5to día en la isla!
Hasta mañana...
Fin... de semana largo... se viene...