El horror desaparece por debajo de una puerta, perseguida por la luz del día que se esparce negra y petrólea, pegajosa sobre los recuerdos de un miedo que hacía unos segundos atrás movían mis extremidades en espasmos incontrolables... tantas lágrimas que han decidido regar con ellas todo un jardín en mi nombre, una vez me haya muerto, dicen a mis espaldas... flores de mútiples colores... llenos de abejas y ocupados insectos.
Me voltean las entrañas sobre la mesa, ahí está mi pasado escrito dicen. En el color de la sangre rosa veo mil rostros extraños y oigo el eco de frases olvidadas.
Es una infancia infinitamente blanca, helada. Con noches tan largas que los días parecen suspiros. Tardes completas deslizando esperanzas sobre el futuro en el hielo transparente.
Una primavera con una brisa que cuelga relámpagos sobre el cielo como para despolillar las ropas de invierno, todo se guarda en cajas de cartón.
Los eternos días tras gruesas cortinas, un cálido Sol que despierta los olores del pasto nuevo cargado de amarillas flores.
Las lluvias empañando el naranjo de las calles empedradas, llamando desde los recónditos de la tierra a aquellas lombrices que amenazaban con cubrir las pestañas de un bilis náuseabundo.
Mis entrañas, ya secas, se parecen a las pasas de muchos deseos realizados, con un dulzor que me transportan lejos, fuera de ese jardín donde yacerán mis lágrimas, a los brazos de una existencia sin cuerpos ni tensiones... una vida por sobre todas las otras...
Lavan el petróleo del piso. El olor rancio de mis miedos son borrados por un estropajo enjuagado en cloro. No quedan huellas del destripaje, ni de la examinación de las extrañas entrañas. Todo el rosa de un corazón palpitante ha abandonado el mundo, junto con el brillo de los ojos que podían cambiarlo en un parpadeo o dos.
Y, sin embargo, mientras estudiaban esas vísceras púrpuras, nadie notó que en un suspiro o dos escapó todo el aire de mis tormentos y que mis pensamientos viajaron lejos, fuera de ese jardín donde yacerán mis lágrimas, a los brazos de una existencia sin cuerpos ni tensiones... una vida por sobre todas las otras...
Tan lejos, que el horror se pegó al petróleo y volvió loco a los hombres, y las lágrimas hicieron amarga a la tierra.
Me voltean las entrañas sobre la mesa, ahí está mi pasado escrito dicen. En el color de la sangre rosa veo mil rostros extraños y oigo el eco de frases olvidadas.
Es una infancia infinitamente blanca, helada. Con noches tan largas que los días parecen suspiros. Tardes completas deslizando esperanzas sobre el futuro en el hielo transparente.
Una primavera con una brisa que cuelga relámpagos sobre el cielo como para despolillar las ropas de invierno, todo se guarda en cajas de cartón.
Los eternos días tras gruesas cortinas, un cálido Sol que despierta los olores del pasto nuevo cargado de amarillas flores.
Las lluvias empañando el naranjo de las calles empedradas, llamando desde los recónditos de la tierra a aquellas lombrices que amenazaban con cubrir las pestañas de un bilis náuseabundo.
Mis entrañas, ya secas, se parecen a las pasas de muchos deseos realizados, con un dulzor que me transportan lejos, fuera de ese jardín donde yacerán mis lágrimas, a los brazos de una existencia sin cuerpos ni tensiones... una vida por sobre todas las otras...
Lavan el petróleo del piso. El olor rancio de mis miedos son borrados por un estropajo enjuagado en cloro. No quedan huellas del destripaje, ni de la examinación de las extrañas entrañas. Todo el rosa de un corazón palpitante ha abandonado el mundo, junto con el brillo de los ojos que podían cambiarlo en un parpadeo o dos.
Y, sin embargo, mientras estudiaban esas vísceras púrpuras, nadie notó que en un suspiro o dos escapó todo el aire de mis tormentos y que mis pensamientos viajaron lejos, fuera de ese jardín donde yacerán mis lágrimas, a los brazos de una existencia sin cuerpos ni tensiones... una vida por sobre todas las otras...
Tan lejos, que el horror se pegó al petróleo y volvió loco a los hombres, y las lágrimas hicieron amarga a la tierra.
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