Mi linda hija Zoé está aprendiendo a sentarse erguida, mientras yo me hundo en incontables fotos digitales de cerebros de cuervos, soñando despierto de tardes pasadas afuera, entre parques y playas invernales empujando su coche y susurrándole un arrollo sin fin de castellano chileno al oído.
Ya voy. Me falta poco y al mismo tiempo mucho, pero ya voy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario